Recuerdo la primera vez que escuché la palabra «copa menstrual». Estaba en el instituto, tendría unos dieciséis años, en plena efervescencia adolescente. Fui con una amiga a un tupper sex en València —seguramente también era la primera vez que escuchaba esas dos palabras juntas—. Allí, una mujer que me parecía demasiado mayor para comprender lo que estaba viviendo por aquel entonces nos introdujo en la conocida como educación sexual. Y digo introdujo porque nos hablaba de temas que nunca habían aparecido en las (escasas) sesiones que nos impartían en secundaria.
Temas como el autocuidado, el quererse a una misma —el self love que llamamos ahora—, la masturbación o los juguetes sexuales —¡faltarían todavía más de diez años para que el satisfyer llegara a mi vida!—. Pero esa mujer también nos habló de otras cosas, como la higiene femenina y la salud menstrual. Yo no entendí en ese momento a qué venía pasar de hablar de «dildos» a compresas, pero ahí estabamos, sentadas y escuchando ese discurso por primera vez. Nos comentó, por ejemplo, lo poco sostenible que eran las compresas y los tampones de un solo uso o que no eran buenos para la salud de nuestra piel. He de admitir que en ese momento me pareció una exagerada y no le di más importancia. Así que, pasaron los años, y yo seguía comprando cajas y cajas de esos productos de usar y tirar. Hasta que llegaron los 29 (y el COVID).
Hacía varios años que cada vez empezaba a escuchar hablar más de copas menstruales. Desde Cristina Pedroche, que aprovechaba las redes sociales y las entrevistas para concienciar sobre el tema activamente, hasta mis amigas. El team copa iba ganando más seguidoras, pero yo seguía negándome. ¿Por qué? Las excusas nunca faltan: la pereza, el «eso no está hecho para mí», el «¿por qué cambiar a estas alturas?» e, incluso, una sensación de asco o repulsión. «¿Me voy a manchar?» «¿Cómo la voy a limpiar?» «¿Y qué hago en el trabajo?».
Un día, una amiga dio positivo en COVID y me tocó hacer la cuarentena correspondiente. Como Macaulay Culkin, sola en casa. Así que pensé: «ahora o nunca» y añadí a la cesta de la compra online de Mercadona, una copa menstrual. Total, no tenía que ir a ningún sitio. Y, como suele pasar, al final no fue para tanto. Aunque seguro que mis amigas, que tuvieron que enfrentarse a todas mis consultas vía whatsapp, no piensan lo mismo. Desde aquí, un besito a todas ellas.
¿En qué ha cambiado mi vida desde que uso la copa menstrual?
Es muy típico escuchar la frase de «la copa menstrual me ha cambiado la vida». En parte es cierto, pero no de la manera metafísica que algunas personas piensan. Aunque obviamente supone un cambio en tu vida diaria, en tu rutina y, lo más importante, también cambia la manera de llevar (y vivir) tu regla. La verdad e s que hay muchos beneficios, pero en mi caso destacaría estos cinco:
- Mi piel no se irrita: para aquellas personas que tenemos piel sensible, usar compresas —sobre todo con alas— podía irritar la piel y ahora esto ya me no sucede nunca.
- Duermo tranquila: obviamente depende de la cantidad de flujo de cada una, pero en mi caso, dormir con la regla siempre se convertía en un problema. Estar pendiente de si mancho o no me impedía conciliar el sueño. Ahora, con la copa y una braguita menstrual como apoyo extra, estoy tranquila porque no me suele dar problemas durante varias horas.
- Viajo más ligera: antes tenía que llenar mi maleta con compresas y tampones, ahora simplemente llevo mi copa, que ocupa muy poco espacio. Incluso cuando no sé si me va a venir la regla, la llevo just in case.
- Ayudo al medioambiente: me alegra saber que con un gesto tan sencillo, estoy aportando mi granito de arena a la sostenibilidad del planeta. La mayoría de copas no producen residuos, son biodegradables y, obviamente, sustituye esos centenares de tampones que utilizaba —Platanomelón, por ejemplo, calculaba que podemos llegar a usar 1.680 tampones en 10 años—.
- Ahorro: no he llegado a calcular cuánto dinero me he gastado en mi vida en productos de usar y tirar, pero si algo está claro es que ahorro usando un mismo producto de higiene durante años.
Copa + braga menstrual, el perfect match
Comprar mi primera braga menstrual también se convirtió en una cuestión de estado. De hecho, dos amigas y yo nos compramos un paquete de tres por si acaso —así nos salía más barato y nos iniciábamos juntas—. «¿Aguantará?» «¿No será como llevar un pañal?» «¿Estaré cómoda?» Otra vez, mil preguntas me venían a la cabeza, pero solo había una manera de descubrirlo. Al final, investigamos y me gustó ver que había marcas españolas como Cocoro —una de las pioneras— que se habían lanzado a crear las suyas propias y, además, no eran «tan feas» como nos imaginábamos. Ahora mi colección va aumentando y las últimas has sido las de Kiwita de Platanomelón.
¿Moraleja? Como se suele decir: en la vida hay que probarlo todo.